quarta-feira, 26 de agosto de 2020

Las desventuras del ventilador Lupercio

 

Lupercio era un ventilador bastante resentido, protestaba todo el tiempo y cuando la rabia lo dominaba, hacía ruido o dejaba de funcionar con el único fin de perturbar a sus dueños. Solía contemplar  los niños de la casa mientras jugaban al futbol, a la escondida o a las figuritas y, los días de mucho calor, mientras jugaban a las cartas, Lupercio se esmeraba en participar del juego y provocaba ruidos extraños o simplemente variaba la velocidad del viento ocasionando sorpresa y misterio en los chicos.

A la hora de la novela, noticiero, película o partido de futbol, la familia se reunía frente al televisor y Lupercio participaba de la  ceremonia renovando el aire del ambiente. Todos los días se repetía este rito familiar y el observaba con satisfacción, a través de su hélice en movimiento, como cada uno de ellos comentaba, analizaba o discutía la programación vista.

Pero un cierto día se sintió excluido; percibió que de nada valía su esfuerzo y que pasaba inadvertido para los demás. En su vaivén rutinario de viento lubrificante  se le cerró el pecho  y experimentó un fuerte dolor en el corazón.

¿Qué tendría que hacer para ser observado y llamar la atención de todos? Pensó, algo aturdido, que tal vez de haber sido un televisor sería el responsable por emitir colores, climas y emociones, o quizás un espejo, conteniendo dentro suyo los rostros y gestos de los miembros de la familia lo tendrían más en cuenta. Sin embargo, el destino o vaya a saber qué, quiso que fuera un simple ventilador.

Trató de tranquilizarse, enumerar las ventajas de su condición pero, por otro lado, surgía un malestar insoportable en su espíritu que sus paletas no podían alejar. ¿Cómo lograr algo de  atención y reconocimiento? Y así fue que tuvo una  nefasta idea, fruto de  su enojo e impotencia, para ser  percibido por los demás. 

Cierta noche de mucho calor, la familia se había reunido frente al televisor para ver una película de ciencia ficción. Lupercio consideró apropiado poner en acción su plan. Comenzó a concentrarse y poco a poco las paletas del ventilador fueron disminuyendo la velocidad hasta paralizarse por completo.

El dueño de casa, desligó el aparato del interruptor, lo volvió a conectar, posteriormente con sus dedos trató de dar un envión a la hélice, apretó los diferentes botones de la velocidad y no consiguió hacerlo funcionar. Enfurecido prometió sin falta comprar un ventilador nuevo y lo desenchufó.  Subió las escaleras del altillo y lo depositó junto a otros trastos que se acumulaban desde hacía mucho tiempo en el lugar.

Lupercio aterrorizado y arrepentido, olvidó el pequeño detalle de ser desenchufado, quiso gritar, volver cinco minutos atrás en el tiempo; pero era tarde, se había sentenciado a la quietud.

Espantado e impotente, con su corazón angustiado y latiendo aceleradamente Lupercio sintió que la oscuridad del local se fundía en su alma. ¿Cuánto tiempo estaría consciente en esta especie de prisión, aislado y olvidado por todos? Miró a su alrededor y los objetos ahí depositados no reflejaban la mínima señal de vida, yacían pétreos como objetos descartados por la naturaleza.

¿Volvería a ver los niños? ¿El dueño de la casa se arrepentiría y lo haría funcionar nuevamente? ¿Terminaría en la basura como todo objeto inservible? Esas preguntas quedaron rondando en la hélice estática por horas, días, semanas y años. En el altillo el tiempo resultaba disforme: se estiraba, retraía, paralizaba o se detenía, era una pesadilla interminable.

            Fue así que Lupercio apareció en una playa iluminada por una luna gris y plateada, las estrellas miraban la arena fría, todo estaba quieto e inmóvil. El oscuro mar, sin olas, exhalaba un olor fétido y el silencio, como una música agobiante, hería.

            Por un momento percibió que alguien lo estaba observando. Con cierto temor volvió la vista y con sorpresa divisó un pajarito que se debatía en la arena. La mirada del pájaro penetró profundamente en Lupercio, los ojos del pájaro, inconsolables, pedían ayuda. Impotente en su inmovilidad comenzó a concentrar sus energías, modular su respiración, controlar su pensamiento para imprimir fuerza y girar la hélice para acercarse al ave.

            Al cabo de un tiempo las paletas comenzaron a moverse lentamente y a medida que iban tomando velocidad Lupercio observó como el pájaro, en una increíble metamorfosis, se transformaba en el mismo, al mismo tiempo que, pedía desesperadamente volver a la realidad, pues era evidente de que se trataba de un sueño.

            Cierto día al amanecer, Enrique, el hijo mayor de la familia ya un adolecente, se dirigía medio dormido a preparar su desayuno  cuando de repente escuchó un ruido cerca de la ventana entreabierta de la cocina que lo asustó, quien estaría por ahí? se preguntó.

            Inmóvil y atemorizado sintió un golpe más fuerte y cercano proveniente de la ventana. Fue en ese momento que Enrique asombrado divisó un pájaro que había entrado por la ventana entreabierta y volaba agitadamente chocándose con las paredes hasta posarse en un escalón de la escalera. Se aproximó con cautela en dirección al pájaro que, mirándolo fijamente lo guió hacia el altillo.  El, sin dudar comenzó a subir la escalera escalón por escalón, al mismo tiempo que el pajarito seguía sus pasos.           

            Enrique no sabía a ciencia cierta cuánto tiempo hacía que no visitaba este local, la tenue luz que entraba por un tragaluz, pintaba de un color nostálgico los objetos que allí se amontonaban. Caminó despacio intentando recordar, pero una sensación de angustia se apoderó de él hasta darse cuenta que el pajarito estaba mirando en dirección a un ventilador viejo y sucio. Y notó con cierta algarabía que no era cualquier ventilador, era en cambio, aquel ventilador tan especial de su infancia. Sin pensarlo mucho lo llevó cerca de un enchufe y lo puso en marcha. La alegría de Enrique fue tanta que comenzó a saltar y gritar descontrolado, lo que casi derrumbó a Lupercio, que medio confuso, no sabía distinguir si todo esto era real o parte de otro sueño.       

            Sin embargo, su corazón estaba girando a mil revoluciones por segundo y fue tanta su alegría al ver la cara de emoción de Enrique que no advirtió el momento en que el pajarito se alejó volando por la ventana.

 

 

 

                                                                            E.C.A.

                                                                          12/2019